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"We want more than a mere photograph of nature. We do not want to paint pretty pictures to be hung on drawing-room walls. We want to create, or at least lay the foundations of, an art that gives something to humanity. An art that arrests and engages. An art created of one's innermost heart." Edvard Munch, nacido en Løten, Noruega, el 12 de
diciembre de 1863, describía así su vision de la necesidad humana del arte, más
allá de la mera representación. El arte como grito del espíritu.
Su regreso a Noruega, en
1909, está marcado por las terribles crisis nerviosas en un entorno de éxito de
público. No cesa sus numerosos viajes Alemania y Dinamarca, y en 1918 decide
retirarse a descansar. Años más tarde, una enfermedad en los ojos le impide
seguir trabajando. La invasión nazi y la guerra fueron años duros para Munch,
por ser tachado de artista degenerado por el régimen alemán. Aún así, llega a
exponer en Nueva York en 1942, llegándole el reconocimiento mundial.
Finalmente, murió en 1944, rodeado únicamente de la soledad que tanto lo había
atormentado, la fuerza que pincelada a pincelada había surcado cada uno de sus
cuadros, la curva que pendiente de un fino hilo vital temía quebrarse en medio
del desaliento. El grito del miedo que todos llevamos dentro.
Recorriendo mentalmente su obra me viene a la
cabeza la canción Cirrus Minor del grupo británico Pink Floyd. Compuesta
por Roger Waters, como parte de la banda sonora de la película More dirigida
por Barbet Schroeder en 1969 sobre las drogas y la libertad sexual. La canción
acaba con el verso “Saw a crater in the sun, a thousand miles of moonlight
later”. El cráter de la explosión de gestos y colores de Munch en los
entornos nevados, en las soledades envueltas de gélidas miradas deseosas de beber
algo de la única luz que baña sus vidas, el descenso de la luna hacia el hielo
escandinavo.
Hijo de médico, tuvo una infancia marcada por la
trágica muerte de su madre y su hermana, víctimas de la tuberculosis. Poco
después moriría su padre, persona de fuerte obsesión religiosa. El
desequilibrio que el mismo Munch veía como fuente de su talento, estuvo
presente fuertemente en su vida familiar. Ya iniciado en el camino artístico,
sus viajes a París le permitieron conocer las tendencias del momento. Paul
Gauguin le sedujo especialmente así como todo el movimiento impresionista y
postimpresinonista. Sus primeras obras causan estupor por su temática, así como
por un estilo muy personal, fruto de sus tragedias personales, el alcoholismo,
su difícil vida amorosa y los numerosos viajes. La niña enferma, Pubertad, El
vampiro o El grito lo llevan a convertirse en pintor muy popular en
Noruega, con un público realmente entusiasta. Los temas sociales, los miedos
interiores, dejan una obra llena de ansiedad, como temerosa de la pérdida de lo
vital, del dolor de la existencia.
En 1892 se trasladó a Alemania, donde vivió muchos
años. En esos años pinta precisamente El grito, probablemente su obra
más conocida y la que mejor resume su angustia personal. El silencio de la
pintura se hace dolor material, un grito que puede sentirse físicamente, un
dolor palpable, una desesperanza tangente, curva, ondulante, el péndulo
universal. Los años de enfermedades y adicciones prosiguen, así como la
extensión de su arte, colaborando en decorados de importantes obras teatrales.
Texto de Juan Carlos Romero
Edvard Munch un autorretrato cortesía del Centre Pompidou de Paris
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