LA LEYENDA DE LA CIUDAD INVISIBLE DE KITEGE de NICOLAI RIMSKY-KORSAKOV
Enamorados de lo invisible
Una maravilla. No cabe
otra posibilidad para describir la representación de La leyenda de la ciudad invisible de Kitege de Nicolai
Rimsky-Korsakov bajo dirección escénica de Dmitri Tcherniakov y musical de
Josep Pons al frente de Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu,
portentosa y sin duda merecedora de mucho mejores tiempos en lo económico, pues
en lo artístico está al máximo nivel. En cuanto se alza el telón y se muestra
ante nosotros una cabaña de madera rodeada de juncos, uno se percata de que va
a vivir una experiencia inolvidable en lo artístico y de fuerte impronta de lo
emotivo. Y así es de principio a fin, en cada uno de los cuatro actos,
divididos en tres partes en la representación, de los que se compone esta
historia en la que Fevronia, una inocente campesina, logra salvar la ciudad de Kitege
del ataque de los tártaros, ahora tristemente de actualidad sintiéndose ellos
amenazados, como tantas otras veces a manos del poder ruso. Contradicciones de
la historia. En esta obra, Fevronia pide el deseo de hacer invisible la ciudad
y éste se cumple, pero en nosotros ésta va a estar muy presente durante años.
La leyenda de la ciudad invisible de Kitege y la
doncella Fevronia es una ópera
basada en dos leyendas rusas: la de santa Fevronia de Múrom y la imaginaria
ciudad de Kitege, que se hizo invisible cuando fue atacada por los tártaros. Las
fuentes principales del libretto escrito por Vladimir Nikolaievich Belski son la
Crónica de Kitege de I. S. Meledin,
la novela Vlesankh de Pavel Ivanovich
Melnikov, canciones y épicas recogidas por Kircha Danilov y algunos relatos
populares. La música compuesta por Rimsky-Korsakov acompaña una historia que es
una clara reivindicación del mundo eslavo en la eterna lucha rusa entre
partidarios de occidente y los partidarios de la tradición, tan terriblemente
de actualidad con visos de posible guerra en Ucrania. Así como Tolstoi lo hizo
en la literatura, Rimsky-Korsakov eleva a la excelencia operística las
tradiciones musicales populares y religiosas rusas. Tal carácter nacionalista,
y tradicionalista, lo llevan a emparentarse con Wagner, y el tono de la obra
nos lo recuerda largamente sin perder un ápice de su propia personalidad, siendo
una de sus grandes obras.
La puesta en escena de Dmitri
Tcherniakov ha sido totalmente elogiada, tanto en sus representaciones
anteriores como en el estreno en el Liceu. Se pudo casi tocar ese ¡oh! sostenido
por el respeto a la representación en el momento en que apareció la primera
muestra escénica. Al final de cada parte, los aplausos fueron convincentes y
tras la escena final absolutamente entregados. El jurado de los International
Opera Awards 2013 consideró que la coproducción del Gran Teatre del Liceu, la
Nederlandse Opera y la Scala de Milán fue la mejor puesta en escena de ópera
del año, habiéndose estrenado en Amsterdam el año pasado. Todo un punto de
apoyo para los difíciles momentos por los que pasa el Liceu barcelonés, fuera
de lo artístico. Así, la obra empezó con retraso debido a la protesta de parte
de los trabajadores del Liceu ante sus puertas. Según informó el comité de
empresa “el comité de empresa atribuye a la nueva dirección "el
incumplimiento y la dificultad de diálogo en asuntos laborales" y se ha
mostrado preocupado por "la implantación de un plan de viabilidad que no
garantiza la oferta de actividad de calidad, ni el empleo de la
institución". La dirección informó al público del retraso y expresó que
los trabajadores en vaga eran los únicos responsables del mismo. Siempre nos
quedará el arte, aunque los “austeros” se empeñen en devolverlo a las élites.
Josep Pons al frente de
la orquesta y coro del Liceu estuvo portentoso. Svetlana Ignatovich en el papel
de la joven Fevronia estuvo espléndida, y el público se rindió a sus talentos.
El reparto era magnífico verdaderamente, y no decepcionó en ningún caso. Lo
invisible sí puede ser perceptible y así llegamos a verlo muy adentro, cuando
la profundidad de lo vivido, como en este caso, es de fuertes dimensiones.
¡Bravo!
Texto de Juan Carlos Romero
Foto cortesía del servicio de prensa del Gran Teatre del Liceu
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